Tal vez ningún otro país llegue jamás a plasmar con tanta exactitud, y a la vez con tanta crudeza, lo que ha buen seguro ha supuesto en estos últimos años la desmesurada ambición acompañada con buena dosis de avaricia del sector financiero o, para ser más exactos, hasta qué punto puede ser transformado todo un país cuando la especulación más salvaje se apodera de las propias entrañas institucionales de una nación.
Tratemos de analizar lo sucedido en este pequeño territorio de apenas 330.000 habitantes, en otro tiempo admirado por el equilibrio que representaba, y cuyo pilar económico lo sustentaba una arraigada industria pesquera como motor dinamizador y exportador y que consiguió a lo largo de su historia, sin apenas recursos naturales, el sustento necesario para sus ciudadanos y familias.
Tras años de flirteo con la ruleta de la fortuna financiera y enfrascado en una ceguera especulativa en el mundo de las finanzas a gran escala, todo esto por indicación y recomendación de esos dirigentes a los que en otro tiempo se idolatraba y admiraba y, de repente, como un gran castillo de naipes todo se derrumba y se ve envuelto a finales de 2008 en un problema de colosales dimensiones que trajo como principal consecuencia el derrumbe de pilares económicos que se creían sólidos y ejemplares.
Acabando 2008 sus tres principales bancos entran en barrena, el Glitnir, el Landsbanki y el Kaupthing, y son nacionalizados por el estado islandés al presentar tal cuadro de quiebra de liquidez que no les permitía atender a sus obligaciones más inminentes derivadas de compromisos de ahorros, tanto de personas como de instituciones foráneas, provenientes fundamentalmente de los Países Bajos y del Reino Unido. Depósitos, por otra parte, captados en tiempos gloriosos de la burbuja, al ofrecer altas rentabilidades y seguridad a todas luces imposible de garantizar.
Como consecuencia de la situación de colapso creada por sus tres bancos principales la deuda externa sobrepasó la friolera de 50.000 millones de euros cuando el PIB nacional apenas llegaba a los 8.500 millones de euros.
Países como el Reino Unido se ven en la obligación de cubrir los ahorros perdidos por una parte de sus ciudadanos al haber sido invertidos en esos bancos, seducidos por unas condiciones tan ventajosas como imposibles.
La Reserva Federal Alemana tuvo que acudir en ayuda del Bayern Banck con unas pérdidas de 1.500 millones de euros por inversiones fallidas en los citados bandos islandeses.
El F.M.I. se vio obligado a conceder un préstamo urgente al gobierno islandés por valor de 2.100 millones de euros para el sostenimiento de su caja nacional.
Y todo esto acompañado con los típicos y tópicos problemas estructurales económicos que llevaron a que el PIB se contrajese un -5,5%, la corona islandesa se devaluó, se conocieron tasas de desempleo inimaginables hasta entonces, la suspensión de ayuda de créditos internacionales y, como colofón, una inflación que se situó en el 20% a principios del 2009.
Ante semejante cuadro clínico nacional y con unas perspectivas de futuro negras, negrísimas, no sólo en lo económico sino en lo social para las familias islandesas, haciendo que se tambaleasen las estructuras básicas del propio estado, los ciudadanos islandeses acometen la llamada “Revolución Islandesa” que, en esencia, se plasmó en una movilización ciudadana en protesta por la situación creada por sus dirigentes institucionales y bancarios lo que llevó a la caída del gobierno vigente y trajo la convocatoria de unas nuevas elecciones para la elección de un nuevo gobierno y, algo muy importante, se impulsó un juicio al primer ministro Sr. Geir Haarde por un delito de “omisión del deber”.
Birgir Smari Arsaelsson victorioso posa frente al parlamento islandés |
Como consecuencia de las exigencias de los gobiernos de los Países Bajos y del Reino Unido que exigían la devolución de 3.500 millones de euros por las inversiones que los ciudadanos de esos países habían perdido, obligando a estos a hacerse cargo del montante total, debido a la ruptura del sistema financiero islandés, en marzo del 2010 y en abril del 2011 se acomete en este país lo que supone un hecho sin parangón en las historia económica mundial más reciente, apoyado, más si cabe, por una importantísima deuda externa de los bancos islandeses nacionalizados, la llamada “Icesave”.
La Icesave se postula como una consulta popular al pueblo islandés sobre la posibilidad de conceder ayudas del Estado al banco Landsbanki para hacer frente a pagos al gobierno de Holanda y Reino Unido, los mayores perjudicados; lo que de facto suponía que el contribuyente se viese abocado a pagar semejante factura de la que en ningún caso era responsable, el voto fue “NO”.
Aceptarlo habría supuesto al pueblo llano pagar esos 3.500 millones de euros a 15 años a un tipo que rondaba el 5,5% de interés anual.
Tras el “no” de los islandeses los gobiernos que sufrieron tal afrenta, con el Reino Unido a la cabeza, acuerdan llevar el caso ante la Corte Suprema Europea, litigio que, a fecha de hoy, está pendiente de resolución.
Islandia decide entonces acometer la redacción de una nueva Constitución y varios banqueros y políticos son detenidos y procesados.
El país acomete reformas de gran calado institucional, cuyo máximo exponente es una reforma en profundidad de su sistema bancario, lo que ha permitido que, en tres años, pase del desastre económico a un crecimiento del PIB en el año 2011 del 2,5% con una previsión para el 2012 del 3,1%, junto con una reducción de la tasa del desempleo que a finales del 2011 se situaba en el 6,5%.
Esta es la historia de un país que se enfrentó a sus demonios económicos tomando un camino distinto al del resto de los países y optó por el “impago de la deuda”, reconoció la envergadura del problema acometiendo medidas drásticas y sin fisuras para la reconducción de la situación del país.
Al final resultó que "el pequeño pudo con el grande" y cómo los ciudadanos de este pequeño territorio se enfrentaron a todo un sistema, simplemente diciendo... NO.
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